La época estival y la navideña son las preferidas para los taquillazas de éxito asegurado. En verano suelen destacar las películas de superhéroes y de animación, en principio enfocadas a los niños pero con guiños cómplices para un público adulto que asista a verlas sin complejos paternos ni maternos. Y en las vacaciones de diciembre, en la cartelera suele haber siempre al menos un drama americano, una película española que se espera que triunfe y cuyas predicciones suelen fallar y de nuevo animación para todas las edades de la casa y con suerte, una película de terror que promete mucho y sorprende poco. Y entre toda esta mezcla cultural e industrial, en todas las épocas del año llama la atención una película de la que al salir del cine no sabremos comentar apenas nada por la inseguridad de saber qué hemos ido a ver. Y este verano ha habido dos claros ejemplos con nombre propio: Sherlock y Adaline.
Mr.Holmes (Bill Condon) nos presenta al famoso detective ficticio en su vejez interpretado magistralmente por Ian McKellen. La paciencia del espectador se mide a cada paso que da este llamativo anciano ya que la lentitud de la acción cinematográfica es equiparable a la lentitud con la que este decrépito Holmes tarda en levantarse y echar a andar. Los admiradores de sus pintorescas investigaciones, del personaje en sí y sobre todo del aclamado actor, pueden sufrir una decepción tras ver esta película que ni siquiera parece mostrar el más mínimo ápice de ritmo en los flash-back utilizados para hacer al público cómplice de las pesquisas varoniles del último caso del señor Holmes, el mismo caso que le obliga a un retiro en tierras remotas junto con su ama de llaves, el hijo de ella y las abejas. Ian McKellen se encarga de dar vida a este famoso personaje, tantas veces interpretado en pantalla grande, con un toque moribundo muy original que nos hace leer entre líneas un guión que parece haber sido creado única y exclusivamente para que este noble actor se luzca y deje al espectador con un sabor agridulce por haber contemplado una historia sin principio ni final y que no consigue aportar nada nuevo.
Otra de las actrices a las que más quiere la cámara es Blake Lively que interpreta a una joven que vive todo el siglo XX y parte del XXI en El secreto de Adaline (The Age of Adaline, Lee Toland Krieger). Llama muchísimo la atención la capacidad de abstracción que tiene esta actriz ya que cuando aparece en pantalla es casi imposible prestar atención al resto del plano por la seguridad con la que se mueve, con su figura de modelo completamente envidiable. Su secreto es una pastelosa y aburrida historia sin sentido que nos intenta vender a una pareja ideal de enamorados cuyo amor traspasa el tiempo y el espacio de manera literal. Sin explicación aparente a este fenómeno de mujer que nace en la primera década del siglo XX y que antes de cumplir los 30 años deja de envejecer misteriosamente porque le cae un rayo, igual de decepcionante es el final, la fascinante explicación invisible para que termine así y sobre todo el look aberrante con el que quién sabe quién decidieron vestir y peinar a un Harrison Ford al que cuesta reconocer en la parte final del largometraje.
Ambas películas lucen unas interpretaciones abrumadoras y dignas de resaltar en pantalla grande pero sin duda carecen de cierto sentido temporal que podía haber dado más juego para unir piezas de un puzzle que, al perseguirse el brillo de la estrella protagonista, ya nos ha venido unido, encuadrado e incluso acristalado.
No me atraen este tipo de película,donde el misterio queda oculto y no llena las expectativas del público en general.
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