“Yo es que el arte contemporáneo no lo entiendo y por eso no me gusta.” No importa si eres especialista en arte, aficionado o público general. Todos lo hemos escuchado. Cierto es que no todo arte es el mismo ni el mismo arte es para todos, pero producciones que ya datan en los más veteranos casos de un siglo –¡100 años!- y de una amplia tradición bibliográfica, expositiva y popular no pueden ser un asunto tan complicado de aprehender y apreciar y, mucho menos, de disfrutar.
El mundo del arte suele defenderse criticando a cierto sector de los espectadores que se niega a acercarse a cualquier manifestación artística que no sea un soporte bidimensional –léase lienzo o tabla- con figuración representada –léase corte celestial, mitológica, regia o paisajes-. Si bien razón tampoco les falta (¡no todos los hitos del arte contemporáneo los puede hacer su sobrino de 5 años!) quizás habría que realizar autocrítica y preguntarse qué podemos estar haciendo mal. Aunque para muchos sea uno de los templos del arte oficial y del «buen gusto», el Museo Nacional del Prado se propuso analizar esta cuestión en su reciente curso de verano Comunicar el arte, ya que las incomprensiones varias de la sociedad hacia el arte no son patrimonio exclusivo de las obras más recientes.
Nuestra época es la de la información –qué duda cabe-, la era digital por excelencia, y, por lo tanto, cualquier institución museística o cultural debe subir a la ola de las redes sociales y de la actualización continua. La identidad digital ha suplantado a la identidad física, si es que tal cosa alguna vez ha existido, y los perfiles on line son el principal y prácticamente único canal de contacto con la sociedad. Las posibilidades son múltiples y variadas: desde la tradicional –pero convenientemente actualizada y adaptada- página web hasta los 140 caracteres, pasando por el principal portal de vídeos de internet. La Smithsonian Institution contrató a una especialista en brand marketing para que el público en general –y joven en especial- cambiara la imagen de museo decimonónico, aburrido y denso por la de un centro dinámico, divertido, accesible y actual. Adaptar las estrategias de los gigantes de la publicidad puede ser también una buena idea: hay que aprovechar días de fiesta, acontecimientos relevantes y trending topics para vincular una colección o píldoras de información con los internautas y potenciales consumidores de arte y cultura. Y, quizás, uno de los consejos más importantes: la conocida como cultura popular (el mundo de la televisión, el cine, los videojuegos, etc.) no está reñido con el mundo del arte a la hora de difundir y comunicar, al contrario, es una oportunidad única para que las producciones artístico-culturales se vean como algo fresco, vivo y accesible.
Visita virtual que ofrece el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte del Museo Antropológico de Madrid
La culpa de que una institución y, por extensión, su colección se perciban como parte de un selecto y elevado círculo de intelectuales e iniciados en el arte recae, mayoritariamente, en la imagen que esta misma proyecta mediante sus anuncios, carteles, cartelas y publicaciones. El diseño gráfico juega un importante papel en definir el look de un museo y, por lo tanto, de su carácter abierto o críptico, desenfadado o elegante, sobrio o recargado. Del mismo modo, la relación con la prensa debe ser fluída y amigable, puesto que su poder para influir en la opinión pública puede hundir o encumbrar el trabajo y el prestigio de una institución. El British Museum fue aún más lejos y en colaboración con la BBC ha desarrollado, desarrolla y seguirá desarrollando, diferentes programas de difusión cultural que han calado en la sociedad británica, en sus colegios y museos: cápsulas de radio descargables en abierto por podcast, programas de televisión para niños que mezclan aprendizaje con misterio y ficción o la acción conjunta de exposiciones físicas y material audiovisual en forma de cápsulas o documentales complentarios.
Una cosa está clara: las instituciones culturales y artísticas no pueden encerrarse en sus muros y sentarse a esperar que los visitantes acudan a contemplar su colección. Deben salir al vasto universo digital y aliarse con los medios de comunicación de masas para captar y atraer a la sociedad. Esto no implica que deba sustituirse la visita presencial por la digital –ese es otro debate que aquí no trataremos-, sino que se pretende que el reclamo sea lo suficientemente fuerte como para potenciar la primera después de haber realizado la segunda. Solo queda una advertencia final que Francisco Calvo Serraller aglutinaba bajo el nombre de “El Museo Frankenstein”: aprovechemos las nuevas herramientas y los nuevos medios pero con cuidado en las formas y los contenidos, no queremos crear “un monstruo”.
Vivimos en un mundo cambiante y donde las redes sociales tienen un gran desenvolvimiento. El arte contemporáneo no gusta por las mismas causas , el artista , el arte están como suspendido den un ocaso.
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