En 1961 el artista italiano Piero Manzoni sorprendió al mundo por una polémica obra que expuso en la Gallería Pescetto, con la que pretendía hacer una voraz crítica al mundo del mercado del arte haciendo ver que cualquier cosa sería comprada siempre y cuando se encontrara avalada bajo el nombre de un buen artista y amparada por los críticos y galeristas elegidos dentro del panorama artístico contemporáneo. Para ello defecó en varias latas y las expuso con el nombre de “mierda de artista”. Ironías de la vida, dichas latas han sido adquiridas por coleccionistas y museos de todo el planeta, alcanzando cifras de hasta 124.000€. Así, el gran Manzoni demostró una vez más su genialidad y nos dio a todos en las narices mostrándonos que en el mundo del arte casi todo vale. Claro está que esto es una licencia que sólo los grandes artistas pueden tomarse, porque no nos engañemos, aunque el concepto es brillante, no dejan de ser heces enlatadas que han servido de evidencia para subrayar la necedad de muchos y por qué no, para que Manzoni se echara unas risas a costa de los inversores y de aquellos que se hacen llamar entendidos. No obstante, dudo que esas latas (a pesar de que el concepto seguiría siendo interesante) hubieran causado el mismo impacto si fueran obra de un “sin nombre”.
Entrando en uno de los periodos más señalados en Madrid, en cuanto a ferias de arte se refiere, no es raro que los debates sobre el mercado de arte se reabran con mayor fuerza que nunca volviendo a surgir aquellos conceptos enunciados por Manzoni hace unos cuantos años. Y es que no, no todo es arte, y no, no todo el mundo es artista; sin embargo, son muchas las piezas que se cuelan en los museos, ferias y galerías vendiéndose por cantidades astronómicas que distan mucho de poder ser consideradas arte.
El tiempo quizá me dé la razón, pero porque un galerista o un gran coleccionista compre algo, no garantiza que eso ya sea arte, no estamos discutiendo acerca de aspectos tales como la estética o la técnica. Hablamos de arte, de conceptos, de algo que transmita y evoque, hablamos de que el arte alcance su principal objetivo, lograr la inmortalidad del artista a través de su producción y obra y, desgraciadamente, aunque el mercado de arte es fundamental para la supervivencia de esta manifestación cultural y de la de los propios artistas, con el paso de los años ha perdido, en ciertas ocasiones, criterio convirtiéndose simplemente en un medio de inversión en el que se valoran más los beneficios y las ganancias que la calidad y pureza de las obras.
Obviamente existen coleccionistas cuyas colecciones se convertirán en un referente dentro de unas décadas, sin embargo, serán muchos los artistas a los que el paso del tiempo no tratará tan bien, degradando su obra a un mero objeto de decoración (si llega), independientemente de los halagos que los críticos y otros entendidos la hayan otorgado actualmente. Y sorprendentemente, aquellos que no lograron que se les prestara la atención que se merecían por el simple hecho de no tener la edad adecuada, el nombre de moda o el padrino que debieran, lograrán por fin, aunque tarde, el reconocimiento que se merecen. Porque al fin y al cabo, lo que determina la grandeza de una obra y de un artista, no somos nosotros, sino el que esa obra nos haya sobrevivido y sea recordada por la humanidad, porque el tiempo, ese sí que sabe de arte y de artistas.
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Bien lo dice Lo importante de una obra es que nos haya sobrevivido» Todo cambia, es un continuo fluir en el tiempo.
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