Ayer tuvimos la suerte de asistir a la última función de obra de teatro Locuras cotidianas. Asistir al Teatro Lara siempre es un gran placer, no sólo porque es uno de los más antiguos y bonitos de la capital madrileña sino porque el trato allí es continuamente bueno y la calidad del arte que allí se exhibe es digna de orgullo.
Entre toda la oferta teatral de Madrid, este espacio siempre llama la atención por la disposición económica y la facilidad que pone para que asistamos todos al teatro, pues sabe ampliar la oferta con promociones, concursos e invitaciones muy variadas.
Desde la sala principal hasta la reciente reinvención de la sala off, pasando por la magnífica exposición de fotografías de Sergio Parra que retrata actores españoles más elegantes que nunca, este teatro siempre tiene los títulos en cartelera más contemporáneos en todos los sentidos. Su astucia para acoger desde musicales hasta dramas crece con el tiempo.
Llevo años disfrutando de estupendas largas colas en la puerta y de tardes memorables en sus butacas. La obra que más recuerdo porque repetí hasta en cuatro ocasiones fue Los miércoles no existen (en actual estado de postproducción cinematográfica gracias al éxito del que disfrutó y a su autor Peris Romano).
En esta ocasión, el autor Petr Zelenka ha presentado en Locuras cotidianas un argumento bien sencillo centrado en un chico, con homónimo nombre, que se queda sin novia, tiene un amigo que no sale de casa y unos padres que no paran de discutir. El planteamiento hasta aquí parece estable pero nada es lo que parece en una obra presentada desde un nivel estético que llama poderosamente la atención por sus tuberías que forman muebles, todas las llamadas que suenan en coloridos teléfonos y por las constantes entradas y salidas de diferentes personajes que llenan la escena.
El acierto no es sólo a nivel visual sino que el recorrido narrativo que tiene esta historia está perfectamente dividido y pautado en escenas llenas de relaciones amistosas, paternofiliales, amorosas y algunas entre absolutos desconocidos telefónicos que saben poner la dosis justa de comicidad y drama equilibradamente. Todo el detalle de la puesta en escena cuenta para algo y tiene un valor extraordinario a la vez que estrambótico. Canciones, pasiones, voces y sobre todo muchísimas locuras y situaciones de lo más sorprendentes son las que han sabido llenar este escenario desde el pasado 4 de noviembre y que por suerte, no nos perdimos.
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