Hay películas que se recuerdan por escenas míticas, por actores deslumbrantes y por una acción trepidante. Jauja no tiene nada de eso. La acción se puede medir con cuentagotas, Viggo Mortensen se patea medio desierto y las escenas son fotografías para recordar.
Primeramente hay que destacar la pantalla cuadrada de este trabajo del director argentino Lisandro Alonso. Invita mucho a pensar la película en contados fotogramas que se quedan guardados en la retina para recordar todos los minutos resumidos. El tratamiento de la acción parece una preparación previa para una sesión fotográfica. Todos los personajes quedan en escena situados de manera muy preparada y las acciones fijas que tienen indican que no hace falta seguirles con la mirada sino con el oído.
El fuera de plano también es muy importante en Jauja, dejando espacios vacíos de personajes pero llenos de paisajes desérticos que respiran más que ellos. La música llama la atención por su inexistencia y porque nos falta quizás para acompañarnos en este viaje que se hace más duro de lo que nos imaginamos en principio ya que esta película resulta ser un reto para la paciencia humana.
Argentina, Estados Unidos, México, Holanda, Francia, Dinamarca y Alemania son los siete países que han intervenido en la producción de esta película en la que el paisaje es el verdadero protagonista y la figura humana sólo resulta ser una intromisión que busca su propio paraíso terrenal sin darse cuenta de que es inabarcable.
Decía André Bazin que algunas obras maestras del cine tan sólo usan al hombre como accesorio, como un extra o en contrapunto con la naturaleza que es la verdadera protagonista. Y Jauja es un ejemplo exquisito de ello.