Las flores se compran y se regalan para sorprender, para levantar el ánimo, para adornar, para decir “lo siento” o para decir “te quiero”. Las flores se han pintado a lo largo de la historia del arte en bodegones, son uno de los primeros motivos que aprendemos a dibujar y serán siempre sinónimos de sentimientos de todo tipo. Por eso son tan especiales las flores de Loreak porque son capaces de transmitir aquello que muchas veces no nos atrevemos a decir.
Creo que todo el mundo deberíamos recibir alguna vez en nuestras vidas un hermoso ramo que nos haga sentirnos la persona más importante y única y sobre todo, deberíamos ser despedidos de este mundo con los colores con los que vivimos para recordar todo lo que llegamos a ser en vida.
Loreak es una historia de flores y de mujeres, que habla de la relación de ambas en un mundo en el que a veces las acciones son más importantes que las palabras y de una realidad de la que extraemos que no sabemos lo que tenemos hasta que lo perdemos. Éstas y otras metáforas cotidianas son muy bien apreciadas a lo largo de toda la película, en la que veremos a tres mujeres unidas por un mismo hombre y sus flores.
Dirigida por Jon Garaño y Jose Mari Goenaga (es su segunda película), presentada en el Festival de San Sebastián (aunque ha participado en más de 100 festivales internacionales) y estrenada el pasado 31 de octubre en las salas de cine, Loreak tiene un reparto destacado de actores asociados al cine vasco que nos llaman poderosamente la atención aunque no tengan mucha presencia a nivel nacional; Nagore Aranburu, Itziar Ituño, Itziar Aizpur, Ane Gabarain y Josean Bengoetxea.
¿Qué pasaría si empezásemos a recibir un ramo de flores anónimo cada jueves? Es la premisa de la que parte este largometraje y que se alarga a la siguiente cuestión que es la siguiente; ¿Qué pasaría si dejáramos de recibirlo? Poco a poco las flores van entrelazando historias de vida y muerte, de amor y de destrucción que introducen a los personajes en un viaje de cinco años del que es cada vez más difícil dejar el pasado atrás.
Una luz que deslumbra por su majestuosidad en cada escena y unos planos con marcados puntos de fuga, que nos invitan mucho a viajar, ayudan a presentar unas situaciones dominadas por unos personajes femeninos que recuerdan mucho de lo que pensaban ya olvidado, aprenden a amar y a sufrir, a callar y a decir y sobre todo a aceptar cada flor que se merecen recibir.
La música, tan característica de su compositor Pascal Gaigne, pone la nota melancólica en esta obra llena de una puesta en escena muy curiosa pues en la mayoría de las escenas, sin apenas darnos cuenta, hay un elemento señalado en el que la composición entera nos hace fijarnos, elementos tan simples y tan poderosos como un simple ramo de flores.
Amanda H C