La soledad, el estar solos ante nosotros mismos, leyendo nuestros anhelos y fracasos, nuestros sueños más profundos, nuestras pasiones más secretas. Esos momentos en los que nos encontramos entre dos mundos, entre el sueño y el despertar, son los estados que nos presenta el fotógrafo checo Martin Stranka.
Fotografías que rezuman melancolía y que evocan a través de colores oscuros y poco saturados un mundo que a nadie le es ajeno. Ese universo que debemos explorar solos, sin más ayuda que la de nosotros mismos, nuestro mundo interior.
A través de escenas que pueden recordarnos a la pintura del romanticismo alemán de Friendrich, asistimos a esos estados de ingravidez propios de experiencias como la felicidad o la soledad. Espacios abiertos que envuelven a un solo personaje sin oprimirle y que invita a reflexionar a aquel que contempla la imagen sobre los sentimientos y las emociones propias del ser humano.
Su fotografía surge de sus vivencias, de experiencias amargas que conformaron su vida y que ahora nos muestra a través de una composición casi minimalista de horizontes bajos, que nos llevan a pensar en la eternidad del ser por encima de un estado físico.
Sin embargo, y a pesar del predominio de emociones tales como la melancolía, no se trata de una evocación angustiosa. Es más bien una invitación a la esperanza en el ser humano como individuo capaz de superarse y de reponerse ante las adversidades. Pues a pesar de hallar hombres en lugares inciertos y desolados, están serenos. Es un equilibrio perfecto de sentimientos opuestos que este fotógrafo autodidacta de tan sólo 30 años, logra plasmar con perfecta maestría. Fotografías de un carácter casi metafísico que se centran en la importancia del ser y su papel en el mundo y que invitan a indagar sobre quiénes somos realmente.
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