Confieso que me gusta Sorolla. ¿A quién no? Sus famosos lienzos son como un estallido de luz y brisa marina que te envuelve en un cálido abrazo de sol. Y la alabanza se termina ahí. Sin embargo, la Fundación Mapfre ha sido capaz de estirar el panegírico sorprendentemente hasta llenar sus dos salas expositivas en Recoletos con Sorolla y Estados Unidos, una muestra inaugurada el 26 del pasado mes de septiembre y que continuará hasta el 11 de enero del próximo año.
Los grandes paneles informativos que guian al visitante durante el recorrido de la exposición están llenos de nombres y fechas. Datos estos que, aunque contenten a la mayoría del público extasiado por la obra del valenciano –cuya media de edad, por cierto, ronda los 60 años−, son complacientes y perezosos. El discurso de la muestra se centra en el gran éxito que la pintura de Sorolla tuvo en territorio yanqui, alabando también la labor del mismo por haber exportado la imagen de “una España luminosa y mediterránea, optimista y moderna” frente a los regionalismos y el tópico de la España Negra que cultivaban contemporáneos como Zuloaga, pintor tan afecto a los intereses de los intelectuales de la Generación del 98 (¡Oh, Cuba!).
Es innegable que las luminosas escenas de playa levantinas de Sorolla son alegres y despreocupadas, pero a cualquiera que eche la vista atrás le resonará en la mente el afán de la España desarrollista de Franco por venderse como un país de sol y mar, encasillamiento del que todavía no nos hemos podido librar. Y es curioso, de igual modo, que estas afirmaciones jalonen las diferentes secciones del recorrido cuando, en dos de ellas, se exhiben obras del pintor que exaltan el andalucismo más castizo para su mecenas Thomas Fortune Ryan o el boceto de unas segovianas en traje regional para ¡una serie de pinturas murales sobre las regiones de España en la biblioteca de la Hispanic Society! Y la trampa no concluye ahí. La pretendida modernidad de Sorolla no resiste a la comparación con los impresionistas −quienes codificaron el lenguaje de la pincelada suelta y la captación del instante casi medio siglo antes que él− o el efervescente panorama artístico del París del momento –postimpresionismos, fauvismo, primitivismo.
El hecho de que la exposición se haya hecho en consonancia con museos americanos, por donde ha pasado antes de llegar a la capital, hace planear una sombra de sospecha sobre esta. ¿Estamos ante una soterrada maniobra de usar la cultura como una forma de vender la pretendida “Marca España”? ¿Se nos quiere hacer tragar la idea de que lo español vende y gusta en el extranjero por el mismo hecho de serlo? ¿Busca la Fundación Mapfre atraer visitantes con reconocidos nombres sin importarle no realizar una labor científica y divulgativa decente? Ojalá el deslumbramiento de los óleos de Sorolla no le impida al público encontrar las respuestas.
Diego Fraile
¡Brillante! También me quedé con la sensación de que se había manipulado un poco el discurso… Muy bien elaborado y escrito.
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