LA RED DE AMIGAS

Hace unos meses, Nerea Pérez de las Heras aparecía en televisión comentando lo siguiente: “Hay una grandísima propaganda alrededor de la pareja, mucha propaganda alrededor de la familia y muy poca propaganda alrededor de lo importante que son las redes de amigas y lo que te salvan y la responsabilidad que hay que tener sobre las amigas”. Y estos días estoy pensando muchísimo en esto con dos obras que coinciden en cartel y me han hecho conectar ideas. Se trata de Las bingueras de Eurípides y La Claveles.

Las niñas de Cádiz han aterrizado en Madrid, en concreto en el Teatro Quique San Francisco, con un bingo clandestino en el que un grupo de mujeres se reúne a chismorrear, a desahogarse, a echarse para el cuerpo alguna copita de anís y a decir y hacer lo que en su vida diaria no pueden por culpa de sus hombres. Es muy reconfortante encontrar este espacio visibilizado sobre un escenario, en el que el elenco formado por Ana López Segovia, Alejandra López, Teresa Quintero / Mer Lozano, Rocío Segovia, Jose Troncoso / José Carlos Fernández y Fernando Cueto provoca risas a cada minuto a la vez que destapa la tragedia más intensa para dar paso a la reflexión en Las bingueras de Eurípides.

La autoría de Ana López Segovia y la dirección de Jose Troncoso se entienden a la perfección. Este es un revoltijo de vivencias cotidianas, sazonado con un buen toque de humor y una calidad suprema a la hora de comunicar y reivindicar los derechos y las libertades. Lo que empieza como un rumor furtivo, un salseo de barrio, desemboca en una vorágine de acciones divertidísimas y que conectan con nuestra realidad de una manera sencilla, directa y colectiva. Qué sensación tan liberadora es ir a ver una obra de esta compañía. Quiero que se repita muchas veces más.

Algo parecido ocurre con La Claveles, la pieza escénica que han creado, dirigen y protagonizan Azahara Martín y Carmen Rodríguez dentro el ciclo [abril imaginario] en El umbral de primavera. Ellas también acogen. A cualquier amiga, a cualquier amor, a cualquier compañera que se atreva con ellas a imaginar una casa, el refugio que muchas veces necesitamos más de lo que pensamos. Lo suyo es también una historia de amistad que las unió en esta obra para hacer un primer manifiesto en el que declaran haber decidido “dinamitar el teatro desde dentro. Porque odiamos el teatro. Hacemos teatro solo para que nos queráis y no está funcionando. Y porque estamos cansadas y hartas. Hartas de hacer y no poder ser. Hartas de la pasión y la compasión”.

Es su historia y la de muchas. Porque estoy segura de haberme reconocido en su grito “hemos preferido compadecernos de nuestro abusador, antes que de mí misma”. Porque la mirada de ellos nos ha marcado y acaba provocando que “Mi deseo no tiene mi voz. Mi deseo está manipulado por ellos”. Es muy fácil dejarse llevar por estas dos artistas que nos reciben cantando Clavelitos, nos recuerdan los primeros amores o nos arropan con el folclore (lo que nos viene dado, lo que nos acompaña desde niñas) y su folklore (lo que agarramos nosotras, de la tierra. Como las folklóricas). Ahora, la hostia que nos encontramos al final es digna de mención y de experimentar con ellas. Qué manera de dar la mano y soltarnos, qué lujo poder pensar que las violencias, los deseos y los miedos tienen un origen y una culpa. Y desde luego no es la nuestra.

Amanda H C

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