Estos días de Pascua en los que figuras de mujer son adoradas por ser devotas, castas y santas y convertidas en estatuas enjoyadas en procesión, la Compañía Nacional de Teatro Clásico da foco a tres escritoras decimonónicas. La Sala Tirso de Molina del Teatro de la Comedia acoge tres piezas dramáticas en prosa de Joaquina Vera, Caterina Albert (quien firmaba como Víctor Català) y Emilia Pardo Bazán, con la intención de llevar el lenguaje hablado del mundo rural al arte escénico.
En la primera de las obras seleccionadas para la ocasión, la comedia de enredos está servida desde las afueras de Madrid, en una granja en la que las clases sociales, los amoríos disimulados y la diversión de personajes son el plato fuerte. El disfraz es un texto (de traducción libre del francés) de la actriz y bailarina Joaquina Vera, un sainete dirigido por Íñigo Rodríguez-Claro, quien permite al público una inmersión divertida a través del juego desde el principio, en el bingo de Alameda. No resulta nada raro que en su montaje se cuele algún hit musical y muchos menos que un “yo nací para ser perra, por favor, dejadme serlo” abanique la composición desde primer término. Bozales fuera y sin correa, el equipo conquista a cada minuto con las interpretaciones de Andrea Soto, Mariano Estudillo, Alba Enríquez, Daniel Teba y, sobre todo, con José Juan Rodríguez, con quien es difícil no quedarse engolosinada (con capa, con poncho, como general de ejército o bailando, da igual; todo es sorpresa buena cuando se le disfruta en un escenario).
Caterina Albert, a través de su pseudónimo Víctor Català, firma la pieza central. Se trata de Las cartas, el monólogo, con traducción de Albert Arribas, de Madrona, una mujer de pueblo, analfabeta y muy trabajadora que nos cuenta su vida marcada por su marido Miguelico y su traición. La dirección de María Prado disecciona varias capas de ficción, que conectan inmediatamente con las acepciones del título, y controla con astucia comportamientos machistas cotidianos, que nada lejos nos quedan, insertados en una previa de Silvia Nieva y en la protagonista defendida por Mamen Camacho, un resignado personaje que, con gracia y lágrimas, nos traslada su historia en primera persona. Esta actriz carga con mucho talento la pena de su Madrona, a la vez que un peso histórico con su actuación. Impecable en ejecución, magnifica cuando mira a los ojos al espectador y nos comparte la vida de tantas otras.
Oscuro se pone el cielo cuando llega la última obra de la tarde. La suerte es un diálogo dramático firmado por Emilia Pardo Bazán que explora las sucesivas tragedias de Ña Bárbara, una buscadora de oro en la cuenca del río Sil, y de su hijo adoptivo Payo, enclaustrados ambos en un territorio enemigo, tanto de sus pasados como de sus furtivos pasos por intentar cambiar sus destinos. Júlia Barceló dirige a Alba Recondo y a José Carlos Cuevas en un intento de supervivencia en el que el oro brilla un rato, pero en el que la soledad y el sufrimiento lo acaba haciendo más.
Transversal en cada uno de estas tres producciones es el trabajo de José Pablo Polo, que forma parte de los tres repartos y quien, como compositor musical y de espacio sonoro, nos sigue asombrando gracias a su capacidad de arropar y conjugar un lenguaje que conecta con la escena y con nuestro presente artístico. En paralelo, este trío de ases teatrales resultaría indescifrable y sin valor sin Elisa Sanz en escenografía y vestuario, Pedro Yagüe en iluminación y Javier L. Patiño en vídeo, entre otros.
Compañía Nacional de Teatro Clásico
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