Cuando una llega al espacio de la Biblioteca, dentro del Teatro Soho Club, sabe desde el minuto uno que aquí las representaciones de teatro se distinguen por lo poco común, además de revestirse de cercanía y originalidad. No nos equivocamos cuando el pasado fin de semana, asistimos a una de las funciones de Macbeth, esa tragedia shakesperiana que tanto nos sigue atrayendo hasta nuestros días.
Como os decíamos, en esta sala llamada Biblioteca del espacio artístico situado en Plaza de España, el arte revive de una manera especial. El entorno lleno de butacas regias, las estanterías acristaladas y los libros de lo más variopinto nos instalan en un paisaje distintivo en el que las obras parecen tomar otra perspectiva. Y esto es lo que nos ocurrió con este montaje cuya capitanía, la de Víctor Conde y Amaya Galeote, deja abierta una puerta a configurar un mosaico histórico lleno de imaginación gracias a un virtuoso trabajo en la dirección escénica.
Estrenada el pasado mes de julio, Macbeth vuelve ahora para enclaustrarse en la historia de una noche electoral española. Se trata de una noche en la que los recelos, los triunfos y los malabares políticos toman el clímax de esta puesta en escena ambiciosa en significado y colocada a la perfección en un presente, con pandemia incluida, agitado por el ejercicio del poder sin fronteras. Mientras la cuadrilla del gabinete de una reputada figura política espera los resultados finales del recuento oficial de papeletas, deciden jugar a interpretar la famosa obra sin darse cuenta de que van a recrear parte del propio juego que crearon también para lograr gobernar y gobernarse.
Este Macbeth se asemeja en ejecución a un caballo de Troya y resalta con gran acierto una estética marcada por el choque de posiciones en el tablero entre líderes, brujas y algún discurso vacío que podemos encontrar cada día en portadas. Los culpables de todo ello son Laura Barba, Jorge Cabrera, Miquel García Borda, Miriam Marcet y Alba Loureiro (sustituida por Luna Mayo a partir de ahora), una jauría llena de furia que se va creando ante nuestros ojos y a muy pocos centímetros. Un reparto marcado por la acentuación de cada personaje pero en el que ninguno sobresale para hacer sombra a otro (qué mágico cuando esto ocurre). Su unión es la de un fuerte creado en equipo para ofrecer una obra que no se detiene ni un minuto y en la que muchos aspectos actuales, capitaneados por la clase política que queda retratada en efervescencia pura, son puestos en bandeja a un público expectante también, por qué no decirlo, de triunfo.
Ningún detalle falla en esta pieza que se pasea por toda la estancia, constantemente en llamas, vociferando un tratamiento acertado del clásico a partir de la recreación de una noche con tentativas de inmoralidad prometida. Porque lo impactante y nada ajeno de esta propuesta es que no se trata de una reescritura sin control del texto que se aleja de su contexto, sino de una creación escénica cuya guinda es la ambición y la morbosidad política en la que andamos enfangadas como sociedad incierta. Si no nos vemos reflejados en estas cuatro paredes del espacio teatral, ya no sé qué nos queda.
Amparado en las engañosas profecías de las Hermanas Fatídicas, Macbeth decide asesinar a su rey y tomar la corona. Consciente del horror al que se entrega, forja su terrible destino y se deja poseer por el mal que nace del ansia de poder, creyéndose invencible y eterno.
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