El pasado fin de semana el Teatro Quique San Francisco (antiguo Galileo) fue testigo de algo histórico. Dos mujeres, Campoamor y Kent, se vieron las caras de nuevo en una cena con muchas cosas que aclarar como primer plato. La responsable de esto no es otra que Carmen Nieves, directora y autora de esta adaptación que devuelve a la vida a estas dos grandes de nuestra historia sin nada que esconder. Así es Victoria viene a cenar y así lo vivimos nosotras.
La obra nos traslada a un pasado muy reciente en el que Clara decide invitar a Victoria a su casa. Las dos abogadas de profesión y con vocación política fueron pioneras en nuestro país y vivieron un exilio inmerecido como tantas otras. Lo que no padecieron estas últimas fue el olvido al que se les había renegado. Segundo exilio más cruel que el primero y que montajes como este y el reciente bautizo de distintos lugares (como el de la estación de Chamartín) luchan por paliar.
Durante la velada, las dos hacen un recorrido por su vida e intentan dejar de lado unas diferencias que las separan pero que, a la vez, las atraen. Así, se abordarán temas como el inicio de la mujer española en los estudios superiores o en la política. Aunque el tema más espinoso y central será la conversación sobre la aprobación del voto femenino en el 31, gracias a la labor de Campoamor en contra de otras voces como la de la misma Kent.
Entre vinos, espinas y rosas, el espectador es testigo indirecto de un debate de altura, muy alejado de lo que vemos muchos días en la actualidad política, en el que incluso se hace una recreación de los discursos de ambas en el debate que consiguió dar a España el sufragio femenino mucho antes que en otros países.
Las actrices encargadas de dar vida a estas precursoras del feminismo patrio son Tiffani Guarch, en el papel de Clara Campoamor, y Rebeca Fer, en la piel de Victoria Kent. Su trabajo es de una calidad suprema siendo las encargadas de un diálogo de más de 70 minutos con su actuación como único elemento ante el público. Elogio a parte para el fragmento en el que se realizan los discursos sin ningún apoyo de carácter documental subidas a un atril que impone desde lejos.
Pero después de las alabanzas tiene que haber sitio para algunos puntos negativos. La obra creada por Olga Minguez Pastor está bien documentada pero falla, en cierta medida, en la idea de ser didáctica ya que no lo consigue del todo. Y eso se debe a la falta de ritmo o movimiento en la pieza. Lo que se cuenta es tan intenso que al público neófito o profano en estas lindes puede parecer demasiado denso. De esta manera, se extravían así ciertos matices de las intenciones educativas al perder a ese tipo de espectador en riñas políticas. Política que es complicada de aliviar pero que con presencia de alguna proyección o elemento visual extra quizá se haría más liviana.
En relación a los aspectos técnicos, la escenografía y el vestuario son de carácter minimalista (una mesa que sirve también de atril, unas copas, una botella y un cambio de traje para mostrar las distintas épocas que se tratan) y bastante acertado. Ocurre lo mismo con la iluminación, realizada por Alba Redondo, en su justa medida.
Lo cierto es que Victoria viene a cenar es una obra novedosa, publicada en 2016, y necesaria que solo ha comenzado a caminar sobre los escenarios. Su recorrido debe ser largo y lleno de éxito.
Clara Campoamor ha invitado a Victoria Kent a cenar. Lo tiene todo preparado para este encuentro atemporal. Se trata de una noche decisiva, las dos intentarán defender sus posturas ante uno de los hitos más importantes de la historia española contemporánea: la lucha por conseguir el sufragio femenino.
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