Desde el pasado 3 de septiembre, Pepe Viyuela, Alberto Jiménez, Juan Díaz, Fernando Albizu y Jesús Lavi han vuelto a esperar a Godot ahora en el Teatro Reina Victoria, espacio recién incorporado al grupo Pentación.
Antonio Simón dirige esta versión de la mítica obra de Samuel Beckett que navega sobre el existencialismo y la decadencia, con dos vagabundos inolvidables cuyas palabras parecen pesar muchas veces más que sus propias vidas.
En el escenario, el tiempo se marca con las 3 luces de un semáforo oxidado pero vivo aún, a mitad de dos vías de tren en las que se detienen estos dos protagonistas y sobre las que verán pasar varias escenas extrañas que les devorarán aún más el hambre de la espera.
Definida como “horriblemente cómica”, según el autor, la forma en la que la amistad y también la extrañeza se magnifican en esta pieza crea una atmósfera compleja y llena de matices en los que el juego de la entrega y la desesperanza se activa cada pocos minutos.
Este ‘Esperando a Godot’, santificada obra maestra del teatro del absurdo, acoge, con inteligente significado, al público más clásico interesado por la obra, y también da la oportunidad a nuevos ojos a asomarse a esta adaptación que llega hasta los recovecos del existencialismo y que, quizás, haya retomado un nuevo sentido estos pandémicos días.
Disparate, incoherencia, sinsentido y paradoja se unen gracias a la escenografía de Paco Azorín, la iluminación de Pedro Yagüe y el vestuario de Ana Llena, entre otros muchos, cuyos trabajos despiertan inquietud y algo de temporalidad a contrarreloj. Por supuesto, el humor y el dolor también están presentes para hablar de lo que somos como individuos a la vez que como colectivo social que intenta alcanzar una meta que no conocemos.
La única acción que se desarrolla a lo largo de sus dos actos es la espera protagonizada por Vladimir (también llamado Didi) y Estragón (Gogo) ante la supuesta llegada del misterioso Godot. Una espera que deja entrever una crítica a nuestra sociedad, con hombres cuya inteligencia es más propia de niños y se refugian en la esperanza de una llegada que nunca ocurre. El texto, engañosamente simple, sobrepasa las categorías del teatro del absurdo con sus diálogos carentes de sentido y situaciones que no llegan a ninguna parte.
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