Estrenada hace ya casi un año en la Sala Cuarta Pared, ‘Catástrofe’ ha sido la primera obra que hemos podido disfrutar este 2020. El Corral de Comedias de Alcalá de Henares acogía los pasados 10 y 11 de enero esta producción de la compañía La Caja Flotante. Situada entre un terreno campestre y otro acoplado entre nubes, el montaje, creado colectivamente por sus actores, director y dramaturgo, habla de un mundo catastrófico que demanda un teatro catastrófico.
Ion, Irene, José Juan y Mikele ocurren en un accidente plagado de letras que les dibujan. Desde la casilla de un autor, los escenarios los ponen sus sueños y a su historia acceden las espectadoras y espectadores que resuelven (o no) sus acertijos vitales. Sorprendente apuesta esta, dirigida por Íñigo Rodríguez-Claro, motivada por la tecnología, la metateatralidad y la fantasía de acertar a jugar con las experiencias en primera persona empapadas de ficción.
Ion Iraizoz, Mikele Urroz, Irene Ruiz y José Juan Rodríguez resurgen de los desastres mostrados en escena, que son a la vez muchos de los personales que caben en una sala de teatro, dentro del salvaje deseo de imaginar lo que no fue y que, aún así, influirá en el futuro, como esos gritos que nadie heredará, hablando en relación a la maternidad perdida. También se mueven en la colectividad de nuestra memoria, la historia, como el atentado de las Torres Gemelas de la ciudad de New York.
La dramaturgia de Antonio Rojano da una primera oportunidad para provocar, saborear y escupir cada cataclismo íntimo e intransferible y una segunda para enlazarlo con el resto de calamidades universales. Desde el “yo” y en compañía del otro, los recuerdos son visiones a trasluz para invocar accidentes que todavía hay que dejar ir.
El mundo como escenario desértico, como plantilla a punto de activarse con la letra. ‘Catástrofe’ pone al público frente a un mapa aún por indagar. Nuestras vidas bien podrían ser algunas de los caminos que aparezcan… y desaparezcan. Porque esta obra es una construcción inexacta de lo que cuatro personajes no fueron ni habrán sido nunca.
Este texto es propiedad de sus intérpretes y solo ellos lo pueden representar. Tal desastre tiene propiedad y está protegido también por el espacio sonoro de José Pablo Polo, el vestuario y el espacio escénico de Paola de Diego, la iluminación de Pablo Seoane, la coreografía de Juan José Rodríguez y la ayudantía en dirección de Carlos Pulpón y Javier L.Patiño. Un cruce de caminos examinado en el centro del caos; un folio en blanco, nuestra vida por delante.
Una catástrofe se define como un “suceso que produce gran destrucción o daño”. O como una “persona o cosa que defrauda absolutamente las expectativas que suscitaba”. Y como un “cambio brusco de estado de un sistema dinámico, provocado por una mínima alteración de uno de sus parámetros”. O el “desenlace de una obra dramática, al que preceden la epítasis y la prótasis”. Cuatro actores nos hablan desde el único lugar del que aún pueden hacerlo: la desnudez de un yo atravesado por la ficción. Comparten sus posibles biografías, la vida de las mujeres y los hombres que no han sido ni serán. Ion, Irene, José Juan y Mikele habitan el accidente y dejan su experiencia en manos de un perverso juego que culmina en desastre. El drama se descompone frente a nuestras narices y viaja de un abismo a otro, en caída libre, tal y como los sueños frustrados de sus personajes. La memoria como el último desierto que tendremos que atravesar. O, todavía, que inventar. Una aventura suicida que mira de frente a ese final del que nadie, nunca, regresa.
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