Amor fati es la obra que cerraba la temporada el pasado sábado en el Teatro de las Culturas. Cultura es un modo de vida o de costumbres conformada por actividades mayoritariamente artísticas compartidas por una sociedad. Sociedad es un conjunto de personas que viven bajo unas mismas normas pero que no necesariamente comparten intereses en común y motivaciones. Motivación es el principal aspecto que le falta a esta obra para despertar un mínimo interés por nuestra parte.
Cómo llegué a operarme de glaucoma es el subtítulo de este montaje que navega casi a ciegas en una sala cuyo punto débil sigue siendo la acústica, aún habiendo cambiado de manos. Dejando este dato a un lado, esta primera pieza escrita y dirigida por Yaiza Ramos parece un magnífico intento de recorrer una historia personal y familiar pero se acaba convirtiendo en un desconsolado tropiezo lleno de grasientos recovecos que no llevan a ninguna parte, como el inserto coreográfico de tres cuerpos delante de los espectadores (¿acaso no había más espacio en la amplia sala?) o los sorprendentes minutos al micrófono de una canción eterna adornada con peluca negra, entre otros muchos. El título ya nos lo dice todo. No hay nada nuevo en el desarrollo. Todo es herencia (como la que todos tenemos) y destino (en el que creemos y en el que no), excesivo derroche de personajes y una digna apertura a pensar que esta dramaturga pueda mejorar en sus siguientes trabajos, ya que éste ha sido Premio Francisco Nieva 2017.
A salvo se quedan los trabajos en escena de Cristina Bertol, Estrella Olariaga, Rodrigo Sáenz de Heredia y Horten Soler, cuatro actores que soportan una hora de miedos, anécdotas y preguntas que el espectador tiene que saber cuándo han sido respondidas. Pero todo queda envasado y artificial. Pretenciosamente artificial y sin sentido, desordenado. Además, lo más peligroso de esta historia es la carga que deposita sobre el público. El tono reminiscente de la protagonista está basado en una nada trepidante insistencia en llamar la atención cuando ya la tiene. Su tono está infundado por una sinuosa y repetitiva aflicción y una rebeldía que quiere ser más ‘cool’ que histórica (con la intervención sauriana en el epílogo no nos queremos quedar más). ¿Ha vivido acaso deprisa la protagonista? Ya no sabemos nada llegados a este punto.
Amor fati o cómo llegué a operarme de glaucoma. Glaucoma es una enfermedad ocular que comienza afectando a la visión periférica. Periferia es el punto en el que está aún este montaje que también cuenta con el trabajo de Nacho Nava en escenografía, vestuario y diseño gráfico, Nacho Rodríguez en diseño técnico y vídeos y como ayudante de dirección, Inès López Carrasco en la coreografía, Pinar Bermuda en producción, Elena Lara-Cortés como ayudante de producción y Hugo Álvarez Domínguez en prensa, comunicación y redes.
Amor Fati o cómo llegué a operarme de glaucoma aborda la aventura de una adolescente que recorre los rincones de su historia para llegar a entender por qué padece una enfermedad considerada la segunda causa de ceguera en el mundo. A través de la voz de una niña casi adulta, este viaje se conforma con la presentación de un trabajo escolar enciclopédico donde explica el relato de su familia a partir del recuerdo o del recuerdo de recuerdos. De ese peculiar mundo contado al detalle forman parte el fenómeno de las emigraciones dentro de España, el retorno de la democracia, un padre que se parece a Camilo Sesto, la gentrificación, Julio Iglesias, abuelos que lloran en silencio y abuelos que lloran berreando, Puig Antich, la suprasexualidad, la comida como unión y Los Chunguitos en una lluvia de colirios.
Más teatro
Más teatro off