El amor no es consecuencia. El amor es principio.
El verano no da comienzo hasta que en las oficinas no se impone la jornada intensiva, hasta que Metro de Madrid no cierra una línea entera para realizar las tan inoportunas obras y hasta que TeatroLab no estrena nuevo montaje en la terraza del Teatro Galileo. Y Ding dong es la propuesta de esta última condición estival con la que amenizar las calurosas noches hasta el próximo 1 de septiembre.
Hace ya unos años que nos hemos acostumbrado a que por las puertas del Galileo aparezca un grupo fresco de actores a los que vemos subir y posicionarse en el escenario colocado al aire libre, ocupado por una escenografía que ya de por sí es un montaje inagotable de posibilidades. Como un tablero de juego o una mapa del tesoro, la configuración que vuelve a otorgar Marta Guedán al espacio de esta nueva obra bien se merece la hora anterior de apertura de puertas para ser observada y redescubierta desde cualquier punto del patio.
Comienza Andrés Acevedo, casi a modo de maestro de ceremonias en Ding Dong (da igual qué papel haga este actor, siempre sorprende y aporta a la historia un trabajo magnífico) y le siguen Alba Loureiro, Javier Martín, Mar Mandli, Alejandro Pantano, Alejandro Cueva, Ariana Bruguera y Eduard Alejandre en la noche que nosotras recorremos las calles parisinas de otro siglo. Las confusiones, las trampas y los mensajes clave quedan exhibidos magistralmente por este grupo de actores que sorprende con cada coincidencia gritona, unidos por el tintineo nada tímido de los timbres. Porque no se puede evitar, cuando la pasión llama a la puerta, hay que dejarla entrar. Sin frenesí. Y si no conseguimos eso en la vida normal, menos mal que nos queda el teatro.
Este ‘ojo por ojo, cuerno por cuerno’ está lleno de secretos, desvelos y amoríos tratados a modo de juego pero con una gran explanada sobre las que ir descartando mentiras. Es precisamente en ese gran espacio en el que destaca el vestuario de Juan Ortega, quien atavía al elenco de varios modelos que juegan con la moda dieciochesca a la vez que da paso a la imaginación más cómoda y deportista. Así, el montaje se convierte en un patio de recreo en el que los arrebatos y el divertimento absurdo dan rienda suelta a cada acción sin prohibiciones.
Y llegamos a la alborotada dirección de Gabriel Olivares. Él es otro ritmo, otro empaque y otra oportunidad para disfrutar de una comedia de enredos en la que también caben las escenas risueñas de Fragonard o los paisajes urbanos de Renoir, entre otros. Cada detalle sobrepuesto y cada rincón aburguesado cumple su función principal y, en paralelo, nos asoma a una lujuria divertida, la misma que evocan las mariposas en el estómago dibujadas aquí en forma de toboganes reales y de puertas ficticias a las que poder asomarse sin arrepentimientos.
Ding Dong es una producción de TeatroLab y una versión realizada por Gabriel Olivares, Andrés Acevedo y Alejandro Cueva. También cuenta con el trabajo de Tuti Fernández en la música, Carlos Alzuela en diseño de luces y Nacho Peña en el diseño de audiovisuales.
Pontagnac, casado pero mujeriego incorregible, persigue a Lucienne hasta su casa declarándole su amor. Allí se encuentra con que el marido de ésta es Vatelin, un viejo amigo. Vatelin disculpa a Pontagnac, pero la situación se complica al llegar, por un lado Redillon, otro pretendiente de Lucienne, y por otro lado, la esposa de Pontagnac, de la que él había dicho que se encontraba convaleciente fuera de París. Para terminar de enredar, aparece Maggy, antigua amante inglesa de Vatelin. El lío está armado. Pontagnac aprovecha para contar a Lucienne que su marido la engaña y lo prueba cuando Vatelin se cita con Maggy en un hotel. Cita de la que también está enterado el marido de Maggy. Lucienne, que había prometido que nunca engañaría a su marido, a no ser que él diese el primer paso, decide serle infiel con Redillon, para disgusto de Pontagnac.
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