El Pavón Teatro Kamikaze está a punto de cumplir un año. En agosto del pasado, Miguel del Arco, Israel Elejalde, Jordi Buxó y Aitor Tejada abrían las puertas de su casa para hacer teatro, como principal actividad, pero también para conformar un lugar de diálogo, para acoger nuevas dramaturgias y creadores y para ofrecer un espacio en el que las representaciones cobren una nueva perspectiva, social y artística, a través de lecturas, ensayos, conferencias, presentaciones y formación, entre otras muchos.
Precisamente este mes, Antígona ha vuelto. Manuela Paso es la protagonista encarada a Carmen Machi. Antígona y Creonte, respectivamente, se enfrentan en un escenario en el que la humanidad está por encima de todo, ya que ésta es de las pocas piezas griegas que no tiene la intervención de un dios y que, por tanto, el recurso deus ex machina no resuelve los conflictos fabricados por los hombres. Completan el reparto Ángela Cremonte, Raúl Prieto, Cristóbal Suárez, José Luis Martínez, Silvia Álvarez y Yon González, quienes renuevan el coro de la tragedia de una manera original y unificada que hace mantener constantemente una azotada y latente atmósfera.
Miguel del Arco es el adaptador y director de esta tragedia griega que, para nosotras, tiene dos puntos clave, dos frases amenazadoras de lo que hoy en día seguimos viviendo como una pesadilla real. La primera está inscrita al principio de la obra, en una conversación entre hermanas, distanciadas en pensamiento pero unidas por el corazón; “La guerra ha acabado” en la voz de Ángela Cremonte se convierte en una sentencia poderosa que pone los pelos de punta. La emoción comienza con ella en la vivencia de esta adaptación. La segunda es más voraz; “nombra una sola guerra cuyo patrocinio no sea el de un dios”. Esta necesita aún menos explicación que la anterior.
El pasado jueves 17, acudimos a ver Antígona. Horas antes, el teatro anunciaba que las localidades estaban agotadas y, al finalizar la función, hubo un encuentro con el equipo para conocer más de cerca este montaje. Tras los aplausos y el público en pie, el espacio se quedó de nuevo lleno en la charla posterior con el director y los actores. Fue y sigue siendo un día difícil y se notaba en el ambiente. “Hoy tiene más sentido que nunca venir al teatro”, afirmaba el director artístico.
Del Arco decidió hacerse cargó de esta versión libre por considerar que las traducciones académicas no son versiones para ser escenificadas y porque buscaba una voz más contemporánea y que fuera una pieza muy lírica, realizando un ejercicio formal que le obligó a pensar en las palabras necesarias. Además, contaba que casi todas las versiones que había visto de Antígona partían del hecho de que Creonte era un personaje malo. Así que, sin querer dar incidencia en el género sino en el significado de la voz de este personaje, Carmen Machi, quien confesaba haberse preparado su personaje intentando entenderlo, interpreta a un tirano que también tiene voz y puede equivocarse, poniendo así el acento en quien ejerce el poder sin juzgarlo de primeras ya que “la autoridad tiene un peso concreto, incluso en el imaginario”, comentaba la actriz.
Durante la hora y media de espectáculo que ofrece Antígona, me dio tiempo a pensar en muchas cosas y a hacerme preguntas muy variadas. Uno de los pensamientos que cruzó mi mente fue el recuerdo de una asignatura filosófica con Gregorio Saravia, uno de los pocos profesores que me enseñó a pensar por mí misma en la universidad. Sus clases eran siempre abiertos debates en los que todas las opiniones eran bienvenidas. Me acordé de un momento en concreto; acaba de ocurrir el atentado de la sala de conciertos Bataclan, en París, y el tema elegido para debatir fue los marcos del sufrimiento a partir de la teoría de Judith Butler. Dichos marcos determinan cuál será y cuál no será una vida digna de duelo, es decir, vendrían a explicar por qué nos afecta más un acto terrorista ocurrido en Barcelona que uno en Bagdad, por ejemplo. De la proximidad nos alerta el puro instinto de supervivencia y las normas sociales, ayudadas de los medios de comunicación, nos dictaminan en qué dosis manejar el dolor por el tipo de presentación que (nos) hagan del sufrimiento.
Es por eso que me gusta tanto ir a El Pavón Teatro Kamikaze. Porque me recuerda a ese espacio de charla al que íbamos los lunes y miércoles a las 4 de la tarde con café en mano y en el que hablábamos de nuestro alrededor como algo que nos quedaba a 500 kilómetros y a 10.000. Porque éramos muchos países, géneros, religiones y pensamientos hablando. Así me siento cuando llego al Kamikaze; Elejalde te comprueba la entrada en la puerta antes de entrar, Del Arco se queda a destripar su trabajo con la gente y Buxó permanece contemplando el milagro contemporáneo de ver 400 butacas de la sala principal abarrotadas más allá de las 11 de la noche, en un jueves del mes de agosto, e incluso parece que nos conoce a todos y a cada uno de nosotros por la mirada de agradecimiento con la que recorre el ambiente.
“El teatro tiene que ser político”, afirmaba Miguel del Arco en ese coloquio que se hubiese prolongado hasta el día siguiente si nos hubieran dejado, porque “los muertos se convierten en política, en un símbolo de la guerra vivida”completaba Manuela Paso. Sin estar nada de acuerdo con la primera frase y menos con su significado, me alegró mucho haber visto esta Antígona, una heroína que llama a voces a su papá y a su mamá cuando se siente sola y acorralada. Porque es la forma que he encontrado para responder a la llamada de diálogo que tanto persiguen estos kamikazes. Con todas las palabras escritas hasta aquí tengo la sensación de haber estado hablando con cada uno de los miembros de la obra. Incluso la mujer sentada a mi lado, que no fue capaz de dar ni un solo aplauso y que permaneció inmóvil en su asiento y aguantó el coloquio, estuvo durante algunos minutos conectada con la propuesta artística que allí había tenido lugar. Todos lo estuvimos de una manera o de otra, estoy segura.
Desde su inauguración en 1925, este espacio ha sido sala de conciertos, cine y teatro y sede de la compañía Zampanó y de la Compañía Nacional de Teatro Clásico (CNTC). Antígona es una producción de Teatro de la Ciudad y Teatro de La Abadía y se estrenaba en 2015 como parte del primero, en un proyecto teatral conjunto de Miguel del Arco, Andrés Lima y Alfredo Sanzol concebido como una apuesta por la investigación, reflexión, producción y exhibición escénica. En su regreso a Madrid, se puede disfrutar hasta el próximo 3 de septiembre en El Pavón Teatro Kamikaze.
Antígona cuenta la historia de una mujer que desde la infancia ha padecido los estragos del poder y de los poderosos. Convencida de que enterrar a su hermano Polinices, muerto mientras atacaba su ciudad natal, está por encima de cualquier otra consideración –incluso del amor de su hermana Ismene y su prometido–, se enfrenta a Creonte, político convencido de que las decisiones que toma son la mejor opción posible para la ciudad de la que es responsable.
Más teatro
Empezando que me gusta el Teatro CAMICASE» por la aperturaque tien a todas las expresiones , y LA OBRA ANTIGONA. prque es una muy buena adaptación a los tiempos acturales
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