Esta es la casa de la paz, porque aquí todos obedecen, y cada uno conoce su lugar.
El mes de abril en Nave 73 ha empezado muy guerrero a pesar del título de la obra estrenada el pasado día 1. La casa de la paz es un texto contemporáneo del autor alemán Lothar Kittstein (Haus del Friedens) que ha llegado a la capital después de representarse en Berlín y Bonn. Presentada por el grupo La calle es teatro y con el apoyo de Goethe-Institut Madrid, la actualidad entre religiones y países es puesta en escena desde una habitación de cuatro paredes perdida entre un arsenal de preguntas.
Motivaciones, miedos, miserias e ilusiones caben en este montaje protagonizado por tres militares alemanes (aunque en realidad la patria en esta historia es lo de menos), en un territorio desconocido que bien podemos reconocer por sus palabras, y algo de imaginación, como Afganistán, Irak o Siria. Las minas disidentes son quizás el reflejo de que la presencia humana en este mundo necesita librar aún más batallas emocionales que físicas para intentar comprender qué estamos haciendo en esta vida.
En una clínica abandonada, por el tiempo y la guerra, los actores David Aramburu, Lucía Casado Amo y Miguel Bosch son Lorenz, Marie y Jost, soldados en plena misión pero extraviados en un desierto, dispuestos a hacernos recapacitar sobre el valor que tiene y del que carece cada personaje. Obligados a hacer un alto en su camino debido a una avería del jeep en el que viajaban, la casa de la paz en la que se cobijan les demostrará a qué extremos pueden llegar en un páramo en el que no parece existir vida pero sí el constante peligro.
La traducción y dramaturgia que confeccionan la versión libre de Juan Reguilón auguran, con suma lentitud, los resquicios que van mostrando las debilidades de tres soldados cuyo trabajo les une pero cuyas necesidades y principios les separan. La dirección de Nuria Pérez Matesanz ayuda a poner en contexto la situación de esta historia, enmarcando a los personajes en un exterior e interior en un mismo espacio, dejando que los objetivos del público sean una mujer más valiente que ingenua y dos hombres más cobardes que luchadores.
Con una fronteriza escenografía de Blanca Moltó que señala perfectamente el lugar de cada uno en esta obra y faltando algo de lenguaje militar en su desarrollo, La casa de la paz es un lugar silencioso y bien construido para que, enseguida, el público respire la velocidad del peligro, la sorpresa enemiga y la concatenación de verdades que van asomando entre un diálogo amputado de sorpresas y acogido en una excelente iluminación diseñada por Fabricio Castro que oscurece y anuncia el alba.
Tres soldados alemanes sufren una avería en las montañas de un país islámico. El grupo se asienta en una clínica abandonada, situación que les permite poner sobre la mesa sus críticas y desacuerdos, sus temores y aspiraciones. Cuestiones tan presentes en el mundo contemporáneo como la homosexualidad en el ejército, el resurgimiento de los fascismos, el fanatismo y el enfrentamiento entre culturas se dan cita en esta pieza del autor alemán Lothar Kittstein.
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