Como si de un Cristo se tratara, un joven cargado de bolsas emerge entre las sombras para buscar la redención de una sociedad presa del consumo, la vanidad, destructora del medioambiente y de su propia especie. Y es así, con un mensaje tan contundente, como el artista Mitch Griffiths nos hace reflexionar sobre nuestra realidad y nuestra evolución.
Lo que atrapa de la obra de este artista británico no es su técnica pulida y precisa, sino el contraste existente entre la temática claramente crítica y el lenguaje inspirado en los pintores clásicos.
Acercarse a la pintura de Mitch Griffiths, nos traslada de inmediato a aquellos cuadros que pintó Caravaggio en la Italia de finales del siglo XVI y de principios del siglo XVII. Ambos fueron artistas que levantaron polémica y controversia en la época que les tocó vivir y que sin duda, logran despertar en aquellos que observan sus obras un espíritu de reflexión y de embelesamiento que viene dado por la brillantez estética de su producción.
Mitch Griffiths se vale de un lenguaje clásico y se apropia de composiciones y simbolismos propios de la iconografía cristiana para hablar de los problemas de nuestra sociedad. Una sociedad que continúa siendo esclava de determinados aspectos como son el capitalismo, las adicciones, la belleza impuesta por los medios etc. Todos ellos, elementos que impiden al ser humano ser libre.
El hecho de que se valga de un lenguaje propio del clasicismo y de una luz tenebrista, otorga mayor potencia al mensaje dotándole a su vez de un carácter siniestro que nos hace sentir presos de unos roles y de unas costumbres, que sin darnos cuenta se han adueñado de todo cuanto nos rodea y se han convertido en parte fundamental de nuestro día a día. Mitch Griffiths no busca con esto despertar en el espectador un sentimiento de culpabilidad, ni tan siquiera de repulsa ante una sociedad podrida por la vanidad y el sufrimiento que nos autoimponemos al pretender ser aquello que no somos, sino que nos invita a deliberar sobre en qué nos hemos convertido y el rumbo que hemos decidido tomar.
Desde tiempos inmemoriales la humanidad ha vivido dependiente de un ente superior que la ha supeditado y esclavizado, se trata de la representación de una sociedad vacua, decrépita, consumida por el propio consumo que ejerce y sumergida en un vórtice de autodestrucción. Sin embargo, y a pesar de la crudeza de las imágenes, el artista no pretende analizar la sociedad de un modo cruento y desesperanzado, sino que en ellas podemos percibir un sutil hálito de esperanza.
Las imágenes no se encuentran exentas de un simbolismo que alude a la redención de la sociedad contemporánea, trata la esencia humana como un ente efímero que contrasta con el carácter perpetuo e imborrable de la pintura al óleo. Las composiciones y los personajes que protagonizan sus cuadros se muestran ante nosotros ofreciéndonos un mensaje claro y potente, que viene subrayado por contrapostos y claroscuros tan propios del arte barroco.
Su obra nos muestra sin tapujos lo que somos, y nos enseña la prisión en la que vivimos y que nosotros mismos hemos ido construyendo con el paso de las décadas; no obstante, todo está cubierto de un halo de brevedad que se extiende tímidamente sobre algo que parece queramos sea perpetuo.
Quizá sea verdad, todo es transitorio y aún exista la posibilidad, de que alguna vez, podamos ser realmente libres.
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MICH GRIFFITHS, es un gran artista, piensa y siente lo que expresa, Vive lo que de alguna manera esta sociedad experimenta , además atrae la brillantez estética y el acopio de conocimientos para poder decirlo en un lenguaje plástico y maduro. Nos deja la esperanza de porque la desea para si y para el mundo . Gracias por tanta belleza y compasión., ,
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En verdad ,me agrada –
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