La Sala Mirador es el teatro del Centro de Nuevos Creadores y sobre todo una de las apuestas más seguras de las obras de teatro más contemporáneas y valientes que se hacen en Madrid.
Nosotras pudimos disfrutar una tarde de domingo del mes pasado de una de las obras que allí se representaron con un texto de Jordi Casanovas, con la dirección de Gorka Lasaosa y la producción de la compañía Niños Malos y que, aunque ya no está en cartel, no queríamos dejar pasar la oportunidad de hablar de este montaje.
Un famoso presentador de televisión se dispone a coger un tren en una aislada estación. En ese lugar se encontrará con dos personajes con los que iniciará un viaje de incierto destino. Un cóctel de metafísica, humor y violencia.
Una escenografía mínima de Manu Roca, muy identificadora de la situación que allí se iba a vivir, pero unos personajes grandes que llenaban el espacio constantemente. Ricard Sales, Ferran Vilajosana y Gorka Lasaosa (tras la caída de Eugenio Barona) fueron los encargados de tomar las riendas del destino de tres hombres encerrados en el baño de una estación de tren, tan solitarios cada uno como la puesta en escena que les acompaña.
El trío de ases juega a intercambiarse los papeles en un constante pulso en escena que es difícil de olvidar. Carrasco y Moreno son dos sicarios que han recibido órdenes de hacer virguerías con Alonso, un atractivo y joven presentador de televisión encarnado por Sales, quien se deja casi literalmente la piel en el escenario y nos muestra un sufrimiento que hace que el espectador se remueva en su asiento casi como si notara que él mismo ha sido secuestrado.
Personajes deshumanizados en un principio pero de los que vamos aprendiendo mucho a cada paso que dan, Carrasco y Moreno, Vilajosana y Lasaosa, se compenetran a la perfección para mostrarnos una pareja especial de matones cuyos principios contrastan sabiamente con las paredes mugrientas y graffiteadas en las que se encuentran. Las dudas les asaltan cuando se trata de decidir qué hacer con ese hombre al que tienen retenido. Y sobre todo, qué hacer con sus vidas, pues en ese baño roñoso saldrá a la luz la importancia de aprovechar las mejores ocasiones que se tiene en la vida.
El ritmo y los diálogos inteligentes son la salsa agria que engancha desde un principio y conecta con un público que cerca está de creerse que asiste a una película por el uniforme juego establecido entre lo que hay dentro de escena y lo que queda fuera de nuestra visión (aunque no de nuestra imaginario más atroz).
No nos olvidamos de un final que llega en el momento exacto y que deslumbra por su inmediatez y la sangre fría de la acción, pedida a voces, por el personaje que más llama la atención por la soledad que representa, al grito de ¡Nos debemos a ellos!
Teatro del bueno. De ese que te estremece y te impacta a nivel visual y psicológico y del que sales de la sala creyendo que el mundo puede ser mejor con artistas que se atreven a buscarse las cosquillas sobre un escenario con obras como Las mejores ocasiones.
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Ferran no lleva tilde.
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Corregido, sentimos el error. ¡Gracias!
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