Que estamos en la mierda y en mitad de una crisis es algo que a estas alturas ya tenemos muy aceptado. Pero si esto mismo nos lo explican en el cine con una metáfora en el Parque de las siete tetas en Vallecas, nos quedamos a verlo y a revolcarnos si hace falta.
Dioses y perros nos presenta un ambiente desolado, sin trabajo, sin sueños, en el que viven Pasca, Toni y Fonsi, tres hombres que parecen representar la pasividad, la esperanza y la desidia respectivamente. El punto de unión es el protagonista Pasca, que a la vez es presentado al espectador como el punto de apoyo para ir descubriendo las historias paralelas de los demás personajes.
Pasca es Hugo Silva, un “sparring”, el saco humano en el que se apoyan otros boxeadores para saber pelear. Además, en su hogar, carga con la culpa de la muerte de sus padres y el fatal presente de su hermano, un chico del que se encarga sacar adelante un Elio González muy maduro y responsable de la acción de llevar un personaje en silla de ruedas. Fonsi no se queda atrás en lo que se refiere a aventuras fatídicas; exboxeador alcohólico cuya mujer e hijo han dejado de ser prioridad en su vida, defendido cual anfitrión ante la cámara por Juan Codina.
El trío de ases masculino está servido en un universo opaco, del que parece muy difícil salir, sino fuera porque la parte femenina sabe sacar lo mejor de ellos. Megan Montaner y Lucía Álvarez consiguen que estos perros callejeros logren al menos tener un objetivo claro en sus grises vidas. Las dos mujeres, Adela y Gloria, son las salvadoras de esta jauría de agresividad, descontrol y fuerza bruta por querer aferrarse al miedo que marca algunas circunstancias horribles de la vida y de las que es posible salir adelante sólo si uno quiere.
David Marqués, el director de todos estos conflictos personales y físicos, nos muestra a un Hugo Silva que nos suena haber visto ya pero que sabe llenar la cámara con su altura, su labia y su actitud, echando un pulso para sobrevivir con Ricardo Sales (bendita su aparición en el ring de boxeo y grande el acierto de tenerle aquí) y con Elio González, al que no queremos que deje de aparecer en pantalla grande nunca y esperamos verle muchísimo más.
Dioses y perros tiene un final muy contundente al que nos van llevando unos paisajes muy urbanos y conocidos, una cámara muy vibrante a veces y unos encuadres que por minutos parecen ahogar y por otros liberar acabando con un puñetazo firme que el protagonista sabe dar en el momento exacto para hacerse despertar de su pesadilla. Aunque no nos convence mucho el último acto heroico de Pasca en el que salva a su amigo y se queda con la chica, señala muy bien el cambio y el recorrido de un personaje que rezuma violencia pero que sabe amar, que sabe ser amigo y enemigo, en definitiva, que sabe ser perro y ha sabido convertirse en dios.
Amanda H C