Enrique Cervantes: «Que te censuren un título porque a la línea comunicativa de la ciudad en la que vives le parece que es demasiado violento es violencia»

Don´t fuck with Carrie (He intentado amaros, cabrones) se ha transformado en No juegues con Carrie (He intentado amaros). El pasado mes de noviembre, se pudo ver un primer acercamiento a esta pieza escrita e interpretada por Enrique Cervantes en la sala exlímite. Ahora llega al Teatro Quique San Francisco del 24 de abril al 12 de mayo con un cambio de título obligado y sin las palabras puta, gorda y maricón en la pizarra que luce el cartel. Y lo hace con la dirección de Carolina Yuste y Sara Sierra y con un tema central tan potente como actual; el fenómeno del School Shooting.

En escena, un personaje con 33 años, quedando con un antiguo compañero de clase. También el personaje con 17, camino al colegio con una pistola escondida en los pantalones. Cuando la violencia que recibe a diario se vuelve insoportable se verá obligado a elegir entre saltar a un pozo o convertirse en Carrie. Me siento con su protagonista Enrique Cervantes a charlar sobre todo esto y en la grabadora se cuelan los gritos de niños y niñas que juegan muy cerca de nosotres en el parque y que dentro de unos años llegarán a su adolescencia.

No juegues con Carrie es un testimonio que… ¿tiene esperanza o que ve que todo está perdido?

Tiene esperanza. Quizás durante la obra parece que no, pero la tiene. No creíamos en el concepto de hacer una obra que fuese solo destrucción. Aunque sea una venganza, no es solo eso. Con toda la violencia que hemos recibido, con todo este peso que tenemos encima, ahora es el momento valiente de enfrentarse a qué hacer con esto; ¿lo seguimos convirtiendo en violencia o paramos, perdonamos, miramos, entendemos e intentamos hacer algo un poco mejor y habitable?

¿La violencia se hereda?

Creo que de alguna forma sí. No me lo había planteado, pero sí. En un sentido estrictamente familiar, ya se hereda. Si creces en una casa llena de violencia, tienes bastantes papeletas, desde mi punto de vista, para que seas una persona violenta. Si además estás en un ambiente educativo violento, no es herencia, pero es un trasvase de violencia. Y después, te toca el trabajo de preguntarte qué hacer con ella porque la violencia es como un volcán; ese fuego quiere salir y lo va a conseguir. Y las consecuencias son negativas, aunque hayas conseguido sobrevivir. Lo que no puedes hacer es arrasar con tu entorno. Creo que, aunque es muy difícil, hay que hacer el esfuerzo para comprender que, en algún momento, tu agresor fue una víctima, al menos en una parte de los casos.

¿Qué monstruos nos vamos a encontrar en esta pieza?

Creo que el concepto de monstruo es un punto de vista sobre un hecho. Hablamos de monstruo porque en muchas noticias es como se habla de la gente que ha hecho un tiroteo escolar. Y quería revisar y analizar eso porque sí, lo que ha pasado es monstruoso, pero, ¿de dónde viene? Y en la obra digo: voy a ser el monstruo. Si me vais a convertir en eso, ok, voy a abrazar mi papel como quien abraza un salvavidas.

Leí hace poco que cuando alguien en el pasado nos hizo muchísimo daño, de cualquier manera, no hay que perdonarle porque es esa persona misma quien se tiene que perdonar por lo que hizo.

La escena final de la pieza va de esto justo. Y por eso hemos hecho dos líneas temporales; la de Carrie con 33 años, que recibe la llamada de un compañero de clase que ejerció violencia contra él y quiere quedar para tomar un café, y con 17, con una pistola en los pantalones, yendo a clase a hacer una matanza. Y hay un momento de encuentro.

Cuando alguien dice: “Tienes que perdonar y olvidar”, me parece que es como cuando se le comenta a alguien con depresión “No estés triste, todo va a ir bien”.

Claro, totalmente de acuerdo. Por eso, la escena final de esta función ocurre con 33 años y no con 15. Y por eso yo escribo el texto con 30 y no con 17, porque el ejercicio sería imposible. Cuando son años de tortura sistemática, tienen que pasar otros tantos para ello.

Leí hace unos días, un artículo de Yolanda Domínguez en el que escribía que estamos errando el tiro poniendo todo el foco de la prevención en igualdad sobre la gente joven, ya que la mayoría de las charlas y de la formación deberían ir dirigidas a quienes crean los relatos culturales, no a quienes los consumen. ¿Estás de acuerdo?

Sí, es verdad. Aquí, el problema es que venga un chaval con una pistola, no que haya un detector de metales en la puerta de un colegio para quitársela. El problema es que ya quiera venir con ella a vengarse. Creo que la responsabilidad es de los adultos porque somos quienes mantenemos el sistema en el que funcionan las cosas. El chaval no y no tiene ningún poder para cambiar un sistema. Es más, está obligado a entrar en un sistema que le está inculcando unos valores opresivos con los que después va a vivir. El trabajo tiene que venir de fuera, desde una revisión en la adultez de toda esa maquinaria que hemos generado y que cae sobre los adolescentes.

¿Cómo te relaciones ahora con la violencia?

Ahora no me asusta tanto, sin que esto suene a comentario kamikaze. Ahora puedo ver a un amigo, a mi pareja, a un familiar teniendo un arranque de violencia y entender que no tiene que ver conmigo, sino consigo mismo. Esto respecto a violencia no direccionada, no a otras más graves, como el maltrato o la guerra, por ejemplo. Y, por otro lado, creo que cuando identificas tu propia violencia, tienes una oportunidad, ya que es un aviso de que algo no está bien colocado y de que hay que resolverlo.

Después de saber que os invitaron a cambiar el título y el cartel, ¿quieres decirme algo más?

Sí, he de decir que eso es violencia. Quiero decir que el hecho de que te censuren un título porque a la línea comunicativa de la ciudad en la que vives le parece que es demasiado violento es violencia. Que te inviten a quitar unos insultos violentos de un cartel, los tres más usados en el acoso escolar, es violencia.

Amanda H C

Teatro Quique San Francisco

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