El MONSTRUO DE WHITE ROSES

Enero nos ha traído a los Teatros Luchana una historia que hiela la sangre, y no por el frío propio de este mes. El monstruo de White Roses, de la mano de El Aedo Teatro, nos presenta la vida de Harry Coleman y de Emily Dawson. Aparentemente, unos vecinos normales de Ohio, pero con todo un giro dramático tan fuerte que sorprende y asusta a la vez. Un thriller al que merece la pena asomarse.

La obra, dirigida y creada por Jesús Torres, cuenta el secuestro, en los años 90, de una chica muy joven por un conocido vecino que, a simple vista, era un buen hombre y zapatero del barrio. De esta manera, el espectador viaja al sótano del taller donde descubre las sombras de ambos y les acompaña en un viaje trepidante en el que se abordan temas de lo más dispares. Ya que, a la vez que se va descubriendo la trama, se tratan cuestiones como problemas familiares difíciles, la salud mental, la doble moral, las falsas apariencias, el papel de la televisión en estos casos, el de la propia sociedad o el rasero ético que usamos en nuestro día a día. Hasta el punto de preguntarnos quién es la víctima y quién el verdugo en realidad.

Todo ello contado con suma realidad y con medios muy buenos, como es el caso del uso de entrevistas y escenas de los telediarios de época, que plantean si la historia que se está contando pasó de verdad o no. En ese filo de la realidad y la mentira, se han mirado muchos casos reales que la propia compañía admite haber estudiado, como son la tragedia de la chicas de Alcàsser o la muerte de Eva Blanco en la Comunidad de Madrid.

Los dos actores que llevan a cabo todo este trabajo son Víctor Palmero y Lucía Díez. Un diálogo mano a mano difícil de mostrar que solventan bien sobre escena. Aunque es cierto que, para llegar a la perfección, faltan ciertos matices de dureza, malestar y psicopatía propios de unas personas que protagonizan una situación con tintes tan macabros como esta. Y es que, en ocasiones, entre diálogos sobre zapatos y deberes parece que, en vez de ser dos personas torturadas, son dos amigos que han quedado para hablar una tarde de sus problemas diarios.

Algo, esa búsqueda de la obra maestra, a lo que no contribuye esas escenas llenas de música (aunque bien elegida, sobra en muchos momentos) y esa cámara que retransmite en directo y que te saca de la historia al verse reflejado el propio público en ella.

Volviendo a los temas técnicos, tanto vestuario como escenografía diseñados por la compañía están muy logrados. Unas creaciones muy trabajadas y realistas que trasladan al público sin problemas a la historia. Destaca, por ejemplo, la cadena con la que está presa Emily; su sonido se clava en la mente y cuesta quitárselo de la cabeza una vez terminada la representación.

El monstruo de White Roses es un tránsito al alma de toda una sociedad que, en muchas ocasiones, está podrida por dentro. Esto, el mensaje final, es el elemento más impactante de una propuesta distinta y original a la que la falta “algo” para brillar.

“I ́m here! Help!”, fue el grito que despertó al tranquilo barrio de White Roses, en Ohio, una mañana de abril. Martin Risk, el vecino que escuchó aquellos gritos comenzó a buscar hasta encontrar de dónde procedían. Martin no daba crédito a lo que veían sus ojos: aquella joven era Emily, la joven adolescente secuestrada casi un año atrás. Harry Coleman, un zapatero conocido en todo el barrio como un hombre esquivo pero tranquilo, la había sometido a toda clase de abusos y torturas en el sótano de su casa. Harry pasó a la Historia de América como el Monstruo de White Roses. El caso de la desaparición de Emily Dawson dio la vuelta al mundo y estuvo presente día tras día en los noticieros y periódicos inaugurando la que se conocería como la “década de las desapariciones”.

Sonia López

Teatros Luchana

Más teatro