Lorca dijo una vez que “la poesía no quiere adeptos, quiere amantes”. Esa máxima, girada al teatro, es la que ha seguido Luis Luque para dar vida a Poncia, una obra a partir de La casa de Bernarda Alba que se puede ver en el Teatro Español hasta el 3 de diciembre. Verdades como puños y sentimientos a flor de piel desfilan por el escenario dejando al público con la boca abierta y el alma encogida en su asiento.
La historia, creada y dirigida por el ya citado Luque, revisita el texto de Federico, pero con distintos ojos. Así, da la voz y el voto a Poncia, la criada de la casa, para que, por fin, exponga su punto de vista y ajuste cuentas con todos los habitantes, internos y externos, de aquella cárcel. Infierno sobre la tierra en el que ella también sufre y en el que no quiere terminar. De esta manera, usamos un punto de vista diferente para conocer, de nuevo y de manera distinta, a Martirio, Adela, Bernarda y todas las demás. A la vez que esto sucede, también, se nos permite conocer en la intimidad a Poncia. De tal manera que, por el escenario, desfilan sus amores, sus pesares y sus buenos momentos acompañados de trocitos de alma en cada una de las escenas.
Es una apuesta original teniendo en cuenta que no es la primera vez que se aborda este personaje, de tanta importancia y carisma, de la obra lorquiana en teatro.
La propuesta es un monólogo interpretado por la conocida Lolita Flores. Durante la representación, la Flores deja su cuerpo al alma de Poncia de tal manera que emociona sin ninguna barrera que lo impida. Muestra muy bien la profundidad de una figura, a priori secundaria, tan honda y con un conocimiento tan profundo que asusta a veces. Ella sabe representar muy bien todo esto a la vez que conoce la separación entre Bernarda y Poncia, haciendo una diferencia perfecta en el escenario. Sola, con una fuerza descomunal, se entrega y llega al público. Aunque, en mi humilde opinión, le falta algo que pulir. Esto no es otra cosa que el carácter servil de toda criada de ese tiempo y que se adquiere en la cuna. Con un poco más de esfuerzo en ese aspecto, el trabajo sería perfecto.
En cuanto a los aspectos técnicos, la escenografía, creada por Mónica Boromello, presenta un carácter minimalista, como es costumbre en los montajes actuales. Teniendo este espacio creativo como lienzo, proyecta más de un acierto como las telas blancas del principio (celosías que dejan ver sin ser visto) y las cenizas como símbolo de la malograda Adela y su vestido verde.
También, en esta misma línea, destaca el vestuario de la mano de Almudena Rodríguez. El luto, como no podía ser de otra manera, es protagonista en escena, pero detalles como guiños a la tradición y las motas en la falda hacen de este trabajo algo especial.
Sin duda, Poncia es un canto a la libertad que gustará a todo amante literario de Lorca (de hecho aparecen varios elementos de otras obras en escena). Eso sí, para otra ocasión, preferiría que la historia se centrara más en la protagonista, contando su vida desde el principio, y no tanto en Bernarda y sus hijas. Una voz a ella debida, parafraseando a Salinas, por completo.
Este texto está escrito a partir de las intervenciones del personaje de Poncia en la obra de Federico García Lorca. En un profundo análisis del personaje, he rescatado las intervenciones de Poncia y las he convertido en reflexión, soliloquios, diálogos con fantasmas y sombras. De este modo, se alumbra un nuevo mirar dentro de la casa. En la obra original asistimos a una sucesión de hechos que se desarrollan en orden cronológico. Aquí, en esta Poncia, no. Ella habla después del shock producido por el suicidio de Adela. Todo ocurre después de su muerte.
Más teatro