La temporada teatral comienza estos días de calor y tormentas. Y, dentro de esta apertura, el Teatro Fernán Gómez – Centro Cultural de la Villa apuesta por La Tuerta. Una obra exquisita con el amor como principal leitmotiv, pero con una visión moderna y rompedora que agrada a todo el público mientras que le hace reflexionar. Despertares, primeros amores, rechazo al diferente y otros temas forman el alma de un trabajo que roza la perfección.
La Tuerta narra la historia de dos mujeres separadas por una amplia línea temporal, pero unidas por una desgracia común: la pérdida de un ojo por un hecho traumático durante su adolescencia. De esta manera, tenemos a Conchita y a Lucía, una en el siglo XVI y otra en el XXI, que descubren el lado bueno de la vida durante muy poco tiempo, mientras que viven encerradas en la desgracia, la amargura y el rechazo social. Ante esta situación, las dos intentan sobrevivir, pero todo se vuelve turbio y cada intento de salir adelante se tuerce. Mujeres “incompletas” que reflejan los problemas de una sociedad podrida en la Edad moderna y en la contemporánea ante la que, desde una visión distorsionada, solo les queda los sapos, las culebras y las maldiciones. Herramientas de doble filo que solo les dañan, una vez más, a ellas mismas.
La sala Jardiel Poncela acoge este montaje creado y dirigido, en este papel por primera vez, por Jorge Usón cuya producción ha sido realizada por Nueve de Nueve Teatro; también bajo su actividad creativa. El texto, según el mismo Usón ha expuesto y según lo visto en escena, bebe de distintas fuentes lejanas entre sí. De esta manera, conviven reflejos del cine de terror clásico con los pinceles de Velázquez o los ecos de una comedia de capa y espada a Lope de Vega. Todo ello aderezado con grandes dosis de cosecha propia que crean una obra maestra que gustará a todo aquel que ame el teatro en general. Drama, terror y comedia amarga se dan la mano en un texto inclasificable y excepcional a partes iguales.
El peso de un trabajo así cae sobre los hombros de una única actriz que da voz y piel a dos personajes. María Jáimez realiza un trabajo sobresaliente en el que transforma el alma con un solo cambio de vestuario. Una catarsis que realiza ante público y que habla de maestría y buen saber hacer. Impresiona cómo lleva al espectador de la risa a la impresión desagradable en menos de un minuto y con recursos tan pequeños como una simple venda.
En cuanto al aspecto técnico, destacan dos elementos. El primero de ellos es la iluminación creada y llevada a cabo por Juan Gómez-Cornejo que logra, con un juego de luces y sombras, efectos sublimes que recuerdan a la tradición, pero que tienen carácter innovador a partes iguales. Lo mismo se puede aplicar a la escenografía y el vestuario realizado por Alejandro Andújar, minimalista e inspirador, no necesita más para crear el espacio teatral digno para esta obra.
Un monólogo que no hay que perderse por nada del mundo. Merece la pena acercarse a una propuesta nueva (Dios me libre de criticar las reposiciones y versiones de clásicos, pero el encanto es respirar aires nuevos como este) aunque corras el riesgo de llevarte encima una maldición.
Una doncella del siglo XVI queda tuerta de un ojo en su primer encuentro amoroso. Llena de rencor jura vengarse del amor lanzando un maleficio cuyos efectos veremos en la época actual sobre una joven bailarina llamada Lucía.
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